Oprimidos y Opresores- Gramsci

De más esta decir que estoy empezando a "conocer" a Gramsci y me gusta, me gusta.

Seguiremos leyendo y viendo que más puede aportar.

Es de verdad admirable la lucha que lleva la humanidad desde
tiempos inmemoriales, lucha incesante con la que se esfuerza por
arrancar y desgarrar todas las ataduras que intenta imponerle el
ansia de dominio de uno solo, de una clase o también de un
pueblo entero. Es ésta una epopeya que ha tenido innumerables
héroes y ha sido escrita por los historiadores de todo el mundo.
El hombre, que al llegar un cierto momento se siente libre, con conciencia de su propia responsabilidad y de su propio valor, no
quiere que ningún otro le imponga su voluntad y pretenda
controlar sus acciones y su pensamiento. Porque parece que sea un
cruel destino de los humanos este instinto que los domina de
querer devorarse los unos a los otros, en vez de hacer que
converjan las fuerzas unidas de todos para luchar contra la
naturaleza y hacerla cada vez más útil para las necesidades de
los hombres. Y en vez de eso, cuando un pueblo se siente fuerte y
aguerrido, piensa enseguida en agredir a sus vecinos, rechazarlos
y oprimirlos. Porque está claro que todo vencedor quiere
destruir al vencido. Pero el hombre, que por naturaleza es
hipócrita y fingido, no dice "quiero conquistar para destruir", sino "quiero conquistar para
civilizar". Y todos
los demás, que le envidian y esperan su turno de hacer lo mismo,
fingen creerlo y le alaban.

Y así hemos tenido que la civilización ha tardado más en
difundirse y progresar; así ha ocurrido que razas de hombres
nobles e inteligentes han quedado destruidas o están en camino
de apagarse. El aguardiente y el opio que los maestros de la
civilización les repartían abundantemente han consumado su obra
deletérea.

Luego, un día, se difunde la voz: un estudiante ha matado al
gobernador inglés de la India; o bien: los italianos han sido
maltratados en Dogali; o bien: los boxers han exterminado a los
misioneros europeos, y entonces la vieja Europa impreca
horrorizada contra los bárbaros, contra los salvajes, y se
proclama una nueva cruzada contra aquellos pueblos desgraciados.

Y obsérvese que los pueblos europeos han tenido sus opresores
y han sostenido luchas sangrientas para liberarse de ellos, y
ahora levantan estatuas y recuerdos marmóreos a sus
libertadores, a sus héroes, y hacen una religión nacional del
culto a los muertos por la patria. Pero no se os ocurra decirles
a los italianos que los austríacos vinieron a traer la
civilización: hasta las columnas de mármol protestarían.
Nosotros sí, nosotros sí que hemos ido a llevar la
civilización y, efectivamente, aquellos pueblos nos han cogido
gran afecto y agradecen su suerte al cielo. Ya se sabe: sic vos
non vobis
. La verdad, en cambio, estriba en una codicia
insaciable que todos tienen de ordeñar a sus semejantes, de
arrancarles lo poco que hayan podido ahorrar con sus privaciones.
Las guerras se hacen por el comercio, no por la civilización:
los ingleses han bombardeado no sé cuántas ciudades de la China
porque los chinos no querían su opio. ¡Vaya civilización! Y
los rusos y los japoneses se han disfrazado para conseguir el
comercio de Corea y de Manchuria. Se dilapidan los bienes de los
súbditos, se les arrebata toda personalidad; pero eso no basta a
los modernos civilizadísimos: los romanos se contentaban con
atar a los vencidos a sus carros triunfales, pero luego ponían
la tierra conquistada en la condición de provincia: ahora, en
cambio, lo que se querría es que desaparecieran todos los
habitantes de las colonias para dejar sitio a los recién
llegados.

Y si entonces un hombre honrado se levanta para reprochar esas
prepotencias, ese abuso que la moral social y la civilización
sanamente entendida deberían impedir, no encuentra más que
burla, porque es un ingenuo y no conoce las maquiavélicas
consideraciones que dominan la vida política. Nosotros los
italianos adoramos a Garibaldi; desde niños nos han enseñado a
admirarle; Carducci nos ha entusiasmado con su leyenda
garibaldina. Si se preguntara a los niños italianos quién
querrían ser, la gran mayoría escogería ciertamente ser el
rubio héroe. Recuerdo que en una manifestación en la
Conmemoración de la independencia un compañero me dijo: pero
¿por qué gritan todos "¡Viva Garibaldi!" y ninguno "¡Viva
el rey!"?, y yo no supe darle ninguna explicación. En suma,
todos en Italia, desde los rojos hasta los verdes y los
amarillos, idolatran a Garibaldi, pero nadie sabe apreciar
verdaderamente la alta idealidad suya, y cuando mandaron los
marineros italianos a Creta para que arriaran la bandera griega
izada por los sublevados y volvieran a poner la bandera turca,
ninguno lanzó un grito de protesta. Claro: la culpa era de los
candiotas que querían perturbar el equilibrio europeo. Y ninguno
de los italianos que tal vez aquel mismo día aclamaban al héroe
libertador de Sicilia pensó que Garibaldi, si hubiera vivido,
habría sostenido también el choque con todas las potencias
europeas para hacer ganar a un pueblo la libertad. ¡Y luego se
protesta cuando alguien viene a decirnos que somos un pueblo de rectores!

Y quién sabe cuánto tiempo durará todavía ese contraste.
Carducci se preguntaba: "¿Cuándo será alegre el trabajo?
¿Cuándo será seguro el amor?" Pero todavía estamos esperando
una respuesta, y quién sabe quién sabrá darla. Muchos dicen
que el hombre ha conquistado ya todo lo que debía conseguir en
la libertad y en la civilización, y que ahora no le queda más
que gozar el fruto de sus luchas. Yo creo, en cambio, que hay
mucho más por hacer: los hombres están sólo barnizados de
civilización y, en cuanto se les rasca, aparece inmediatamente
la piel de lobo. Los instintos se han amansado, pero no se han
destruido, y el único derecho reconocido es el del más fuerte.
La revolución francesa ha abatido muchos privilegios, ha
levantado a muchos oprimidos; pero no ha hecho más que sustituir
una clase por otra en el dominio. Ha dejado, sin embargo, una
gran enseñanza: que los privilegios y las diferencias sociales,
puesto que son producto de la sociedad y no de la naturaleza,
pueden sobrepasarse. La humanidad necesita otro baño de sangre
para borrar muchas de esas injusticias: que los dominantes no se
arrepientan entonces de haber dejado a las muchedumbres en un
estado de ignorancia y salvajismo, como están ahora.

Esta es una de las tantas páginas donde estan algunos de sus escritos: http://www.gramsci.org.ar/

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